CUENTOS TAOÍSTAS




LA ELEGANCIA DEL MONO



En el curso de sus peregrinaciones entre los cinco picos cubiertos pro brumas centellantes, Zhuangzi se cruzó con el rey de Wei y su séquito, que habían ido a hacer una comida campestre a orillas del lago de la Tranquilidad Celestial. El sabio llevaba puesto un vestido de tela toscamente remendada, sus sandalias agujereadas estaban atadas con trozos de cordel.



- ¡En qué miseria has caído, Maestro! - exclamó el monarca.



- La indigencia no es desamparo - contestó Zhuangzi - . La única desgracia de un sabio es no poder transmitir su comprensión del Tao. ¡Esta época no es fausta para los filósofos. Eso es todo!



- ¿Qué quieres decir? - preguntó el rey.



- Cuando el mono está en los árboles, vuela de rama en rama, tan airoso como un pájaro. ¡Pero cuando se desplaza entre monte bajo y hierbas altas, su paso es ridículo! Así como el sabio que o tiene adeptos entre los príncipes de su tiempo pasea andrajoso. ¡Pero qué importa! Si tiene discípulos que ponen en práctica sus palabras, su corazón está plenamente satisfecho. ¡En esto consiste su verdadera riqueza, pues el conocimiento que transmites te pertenece para la eternidad!




ENCENDER UNA VELA


El viejo príncipe Ping, señor de la guerra durante los Reinos combatientes, le dijo al anciano ciego que oficiaba en su corte como maestro de música:

- Me habría gustado mucho leer las palabras de los antiguos sabios, pero los asuntos del Estado y los campos de batalla me lo han impedido. Hoy, con más de setenta años, ¿no es demasiado tarde para empezar?

- Cuando anochece - respondió el músico - enciendo una vela.

El príncipe se asombró de esta reapuesta en boca de un ciego. Se irritó:

- ¡Te abro mi corazón y me contestas con una chanza! Impasible, el maestro de música prosiguió:

- Cuando se puede estudiar en plena juventud, es el sol de mediodía. En la madurez, la luz del crepúsculo. Y en la vejez, como dicen los antiguos sabios, ¡más vale encender una vela que maldecir la oscuridad!.
  




LOS CABALLOS DEL DESTINO

Un humilde campesino vivía en el norte China, en los confines de las estepas frecuentadas por las hordas nómadas. Un día regresó silbando de la feria con una magnífica potranca que había comprado a un precio razonable, gastando pese a ello lo que había ahorrado en cinco años de economías. Unos días más tarde, su único caballo, que constituía todo su capital, se escapó y desapareció hacia la frontera. El acontecimiento dio la vuelta al pueblo, y los vecinos acudieron uno tras otro para compadecer al granjero por su mala suerte. Éste se encogía de hombros y contestaba imperturbable:

- Las nubes tapan el sol pero también traen la lluvia. Una desgracia trae a veces consigo un beneficio. Ya veremos.

Tres meses más tarde, la yegua reapareció con un magnífico semental salvaje caracoleando junto a ella. Estaba preñada. Los vecinos acudieron para felicitar al dichoso propietario:

- Tenías razón al ser optimista. ¡Pierdes un caballo y ganas tres!

- Las nubes traen la lluvia nutricia, y en ocasiones la tormenta devastadora. La desgracia se esconde en los pliegues de la felicidad. Esperemos.

El hijo único del campesino domó al fogoso semental y se aficionó a montar. No tardó en caerse del caballo y poco le faltó para romperse el cuello. Salió del paso con una pierna rota.

A los vecinos que venían de nuevo para cantar sus penas, el filósofo campesino les respondió:

- Calamidad o bendición, ¿quién puede saberlo?. Los cambios no tienen fin en este mundo que no permanece.

Unos días más tarde, se decretó la movilización general en el distrito para rechazar una invasión mongola, Todos los jóvenes válidos partieron al combate y muy pocos regresaron a sus hogares, Pero el hijo único del campesino, gracias a sus muletas, se libró de la masacre.